lunes, 19 de septiembre de 2016

Humildad

Llevo varios meses con un tema que vuelve una y otra vez a mi cabeza, como las moscas en verano, como los trenes a la estación. Este tema no es otro que el de la humildad. Es como un deseo grabado a fuego en el corazón... del que muchas (muchísimas) veces no veo sino mi incapacidad de vivirlo. En este tiempo ha ido apareciendo en mi vida una frase y una certeza sobre este tema. 

Comenzaré por la frase: "la humildad es un caramelo que viene envuelto en un papel que es la humillación". Ha ido surgiendo poco a poco a lo largo de este tiempo, incluso al principio no sabía de quien era la frase; con el tiempo me enteré que, sin ser literal el enunciado, la repetía a menudo Abelardo de Armas. Para ser sincero diré que, así, a bote pronto, para mí la palabra humildad tenía una gran atracción, pero la palabra humillación conllevaba un gran rechazo. ¿Quién puede desear ser humillado? Si quiero ser humilde, ¿debo buscar ser humillado? Con el tiempo he ido profundizando en esto y voy cambiando ese rechazo, entendiendo que se trata más de una aceptación de muchas situaciones de la vida que de una búsqueda de humillación. Aceptación sí... de limitaciones de otros, pero principalmente personales, de las mías. Una aceptación serena, que no pasiva: que no pacta con la limitación o con la miseria, una aceptación que ejercita la paciencia, que busca, de nuevo, no cansarse nunca de estar empezando siempre. Una vez más. Siempre. De nuevo.


Y ahora voy con la certeza que se ha ido clavando en mi interior: Dios nos va educando para que vayamos creciendo en humildad. Y no siempre de la misma manera. Si vamos en plan 'gallitos', tipo salvadores del mundo y de la humanidad... la vida (Dios actuando a través de múltiples medios) nos 'da en la cresta', es decir, nos hace ver que nuestras fuerzas y capacidades son limitadas. ¡Cuántas veces lo hemos experimentado y cuántas veces volvemos a caer en la misma trampa! Sin embargo, si nos encontramos abatidos, si estamos 'de bajona', si palpamos nuestra fragilidad... Dios también está ahí para educarnos, recordándonos que nuestra miseria y pequeñez no es tan grande que no pueda ser superada por su fortaleza. Y eso también es humildad, el reconocer que Dios es más grande que nuestra limitación, que nuestra incapacidad puede ser superada por Su poder. ¡Qué pretencioso sería creer que Dios es menor que nuestros pecados y limitaciones!

Y es que hay limitaciones, miserias, pecados... (en definitiva humillaciones) en nuestra vida que a veces se ven o no desde fuera, pero que nos marcan y nos pesan. A veces nos llevan a dudar sobre la verdad de la frase del Evangelio donde Cristo nos dice: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mateo 11, 28-30). Es una promesa del mismo Jesús, del Dios hecho hombre para mostrarnos su Amor... ¡y qué promesa más consoladora!


María es un espejo privilegiado donde mirar cómo va nuestra humildad: Ella, ante la invitación del Ángel en Nazaret no respondió diciendo 'sí, yo puedo' o 'no, soy incapaz'. Simplemente acogió la invitación, respondió con el 'hágase', como diciendo 'sí, Tú puedes hacer en mí', "porque para Dios nada hay imposible" (Lucas 1, 37).

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