martes, 23 de febrero de 2016

Piensa globalmente actúa localmente

Decir que el mundo no va demasiado bien puede parecer una perogrullada; guerras por aquí, corrupción por allá, abusos de poder, gente que muere de hambre mientras otros nadan en la abundancia... Creo que todos podemos firmar el diagnóstico médico: este mundo está enfermo.


Otra cosa es que nos pongamos de acuerdo en las pastillas a recetar, en la solución a la enfermedad. Algunos proclamarán que habría que cambiar las políticas internacionales, hacerlas más rígidas; otros que más flexibles. Quizá subir los impuestos a "los ricos", prohibir la explotación de los trabajadores o fomentar el trabajo para todos bajando los impuestos... Podemos encontrar miles de opiniones, pero, que curioso, creo que casi siempre conjugadas en tercera personal del plural; siempre son otros los que deben cambiar. Al fin y al cabo, es bueno descargar nuestra conciencia de un peso así, es bastante cómodo dar soluciones que no nos hacen comprometernos. "Sí, sí, que nadie muera de hambre, que le quiten a 'los ricos' para dárselo a ellos", "es una vergüenza que haya gente pobre en la puerta de mi casa, además los pisos del ayuntamiento están vacíos"... la retahíla de sentencias de café puede ser interminable. Porque todos tenemos derechos, pero, parece, que muy pocos deberes.

A la hora de la verdad, ¿qué hacemos por sanar este mundo? Hay una frase que me gusta y  me compromete: "piensa globalmente, actúa localmente". O si prefieres ser más cool lo puedes decir en inglés: "think globally, act locally". Se usa en ámbitos del cuidado del medio ambiente, también en el mundo de los negocios... Yo la escuche la primera vez de los labios de San Juan Pablo II; nos invitaba a ver los problemas del mundo, pero no desde la barrera, sino actuando en nuestro entorno. Y no hay entorno más concreto para cada uno de nosotros que nosotros mismos. En el mundo hay violencia, de acuerdo; y yo ¿cómo reacciono cuando no consigo lo que quiero, cuando me veo despreciado por los demás? ¿Cómo miro al otro?, ¿quizá por encima del hombro?. Y así con todos los temas. Por tanto, si quieres cambiar el mundo, empieza por ti mismo. Como consecuencia lógica, si quieres que todo siga igual, sigue pensando/diciendo/argumentando... lo que otros deberían hacer, te lo aseguro, es más cómodo.



Estamos en cuaresma, tiempo propicio para plantearnos cambios en profundidad, para convertirnos. Si ponemos todo esto en palabras del evangelio creo que serían: "antes de sacar la mota de polvo del ojo de tu hermano mira la viga que tienes en el tuyo" (Mateo 7, 3-5). Ojo (nunca mejor dicho), con todo esto no quiero decir que no tengamos que intentar sacar la mota de polvo del otro, si no que primero tenemos que mirar nuestro ojo.

lunes, 8 de febrero de 2016

Regalos del día a día

Me encanta Salamanca. Es preciosa. Sus calles, su plaza Mayor, sus catedrales, sus iglesias y casas, su universidad, su frío seco de los días soleados de invierno... 

Estas pasadas navidades he pasado unos días en la capital charra. Estaba alojado en medio de un entorno privilegiado; entre las catedrales y el huerto de Calixto y Melibea (ya sabéis, los de la Celestina). Os pongo abajo una foto para que veáis lo que me encontraba cada vez que salía a la calle: al fondo podéis ver la torre de la catedral nueva y en primer plano el cimborrio románico (es lo que más me gusta de todo) y el ábside de la catedral vieja.



Muchas veces he pensado que me parecería un delito vivir en Salamanca, concretamente donde estaba alojado, y que cada día al salir de casa no quedarme pasmado mirando estas maravillas durante, al menos, 10 minutos. Y es que, en medio de nuestras prisas, podemos acostumbrarnos a vivir cosas extraordinarias en nuestro día a día y no darnos cuenta: regalos que Dios nos hace y que por falta de sensibilidad no los apreciamos y no los sabemos agradecer. 

No todos vivimos en Salamanca, pero pienso que hay muchos 'entornos' similares a este en cada una de nuestras vidas y que también corremos el riesgo de no apreciarlos. Quizá se trate de una obra artística como en este caso la que te debería hacer levantar la mirada y el corazón. O la letra de una canción. O quizá ese desayuno preparado al levantarte, esa conversación en la que compartes lo más íntimo y en la que te sientes escuchado, esa sonrisa que se te regala en mitad de una situación desconcertante y dolorosa... O, quizá, esa pequeña vela que arde y señala Quién es el que habita en esa 'cajita'. Porque podemos acostumbrarnos y no disfrutar de la locura de un Dios que se hace pan, lo más común y cotidiano. Un Dios que simplemente está, que siempre nos espera y se nos regala. Un Dios que ha dicho que su "delicia es estar con los hijos de los hombres" (Proverbios 8, 31).

lunes, 1 de febrero de 2016

La soledad es la patria de los fuertes, el silencio su bandera

"La soledad es la patria de los fuertes, el silencio su bandera"Esta frase últimamente golpea mi cabeza una y otra vez. Suave pero constante, como gota que cae de un grifo mal cerrado. Si soy sincero, creo que no llego a captar la profundidad de la frase. Es contundente, directa, tiene menos de 140 caracteres... podría ser una buena frase para twitter, pero me da que para mí, ahora, es algo más que eso.


A bote pronto, la soledad es un estado con una connotación muy negativa, todos huimos de ella. Pero a la vez, es curioso, creo que muchos apreciamos la grandeza de los que saben vivirla en plenitud. Nadie habla de la soledad, es tema tabú al que tenemos miedo en nuestra sociedad occidental; pero, por otro lado, cada vez estoy más convencido de que el miedo a la soledad es el motor que hace que tomemos muchas de nuestras decisiones, de las importantes y también de las cotidianas. Quizá detrás de ese 'ruido' constante en el que vivimos se esconda la necesidad de acallar el susurro de la soledad en nuestras vidas. Al fin y al cabo es más fácil ponernos nuestros cascos, subir el volumen y abstraernos que enfrentarnos a la realidad; más sencillo llenar nuestras agendas de compromisos, actividades y planes que preguntarnos con profundidad ciertas cosas; más cómodo dejarnos llevar por la corriente que luchar cual salmón contra lo "normal"... Me sorprende que en pleno siglo XXI, cuando declaramos a los cuatro vientos que 'somos libres', sea el miedo a la soledad el que condicione nuestras decisiones en muchas ocasiones.

No nos engañemos; para vivir la soledad hace falta tener fortaleza interior y, como reza la frasecita en cuestión, el silencio exterior es quien da señal de esa fortaleza. Cada vez estoy más convencido de que una de las maneras más seguras de no encontrar la verdad es no buscarla. Y hay veces que para buscarla necesitamos silencio, pararnos, pensar... Necesitamos soledad. Soledad y silencio, silencio y soledad. Van unidas.


En medio de mis limitaciones e incapacidades para vivir la soledad en plenitud una frase me llena de consuelo, me da fuerzas para intentar seguir nadando a contracorriente: "sabed que Yo estoy con vosotros todos los días". La soledad de la que hablo no significa necesariamente que estemos solos; quizá es que tenemos que aprender a vivir acompañados pero de una manera totalmente diferente a la que nos habíamos imaginado. Es vivir renunciando a algo bueno y que parece esencial al exterior por salvaguardar lo realmente imprescindible, lo nuclear, lo más vital. Es quemar las naves, es no mirar atrás, viviendo confiado. Pero, ojo, nunca desde el voluntarismo de "voy a vivirlo porque yo soy fuerte" sino sabiendo que es una gracia a pedir, suplicar, mendigar...

Y una última convicción que me asalta al abordaje estos días; en la medida en que seamos capaces de vivir nuestras soledades (que todos las tenemos) seremos capaces de poder vivir en plenitud, tanto con nosotros mismos como con los demás; plenitud con los otros, plenitud con El Otro.