domingo, 10 de diciembre de 2023

Tiempo de espera, tiempo de esperanza

Se nota que estamos a las puertas de Navidad: las luces brillan en nuestras calles, los anuncios inundan todo y los días son cortos, muy cortos. Incluso parece que las tinieblas de la noche amenazan algo que está más allá del ritmo de las manecillas: el pesimismo campa muy frecuentemente a sus anchas y la esperanza, a menudo, brilla por su ausencia. No sé si os pasa a vosotros, pero, al menos yo voy constatando en muchos ámbitos esta desesperanza: en las noticias, en las caras, en conversaciones... y también en mí. Y donde hay falta de esperanza pronto aparece la queja: problemas en la sociedad, en la educación, guerras en el mundo, los políticos que son una panda de ******** (póngase aquí una ristra de adjetivos bastante extensa y poco edificante), situaciones en la propia Iglesia, en nuestro entorno, en nosotros mismos... La lista se hace alargada, como la sombra en estos días de invierno. Y son situaciones objetivas. Al menos, en parte. 


Personalmente llevo un tiempo pensando que quizá el mayor reto que tenemos hoy en día es el de vivir con ESPERANZA. Alguno podrá decir, "ok, te lo compro, ¿pero cómo se hace eso?". Sin duda me dan pánico las respuestas simples y prefabricadas como aprender a ver el vaso medio lleno, ser positivo, buscar el lado bueno de las cosas... Creo que no es lo mismo tener esperanza que ser optimista. Ojo, porque a primera vista podría parecer que sí, pues comparten una visión positiva del futuro. Solo que, en muchas ocasiones, el optimista tiene un poso de lejanía de la realidad, un 'seguro que todo irá mejor' que se basa en la misma ley científica que proclama otro de los tópicos de estas fechas: "este año me toca la lotería, tengo un número muy bueno". La esperanza, por contra, parte de lo real, de no negar las evidencias y dificultades, nace de la propia situación, palpa y constata la realidad. Pero cuando partimos de lo real en nuestras vidas muchas veces no nos es fácil ver la luz al final del túnel. Porque la esperanza no es mirar hacia el futuro de frente, sin miedo, aunque esté oscuro. No es dar un paso al frente cuando sólo se ve el precipicio y el vacío, cuando no se ve dónde hacer pie. Quizá esto tiene que ver más con el optimismo, con esas palmaditas en la espalda que te dicen "todo va a ir bien" sin tener ninguna red de seguridad, cuando el agua hace un rato que ha sobrepasado el cuello. Es fácil decirlo. Y que vacías y que daño hacen esas palabras muchas veces. 

Hace unos años escuché otra versión de lo que es la esperanza que considero mucho más certera. Tener esperanza es caminar hacia el futuro de espaldas, descubriendo cómo Dios ha actuado en mi vida en el pasado, dejando que ese descubrimiento cotidiano me ayude a vivir el presente y así, poder girar la cabeza hacia el futuro y, aunque esté negro, poder seguir caminando con confianza. Se trata de cambiar la mirada, de no seguir mirando directamente al futuro, de no seguir caminando con mis propias fuerzas, sino caminar de espaldas, mirar mi pasado desde la fe: cómo Dios ha ido guiando mis pasos (muchas veces sin yo saberlo), cómo me ha sacado de situaciones complicadas en el pasado y así ir descubriendo ese hilo de oro que va tejiendo mi historia y toda mi vida. Esto nos dará las fuerzas para vivir con caridad el presente, amando a los próximos, aún cuando las cartas vengan mal dadas, aún cuando aparezca la tentación del "para qué, si no sirve de nada, si está todo perdido". Y si podemos leer nuestro pasado desde la fe e intentamos vivir desde la caridad el presente podremos caminar (de espaldas) hacia el futuro, girando de vez en cuando nuestra cabeza, viendo que quizá el horizonte sigue oscuro, demasiado oscuro, pero podremos decir confiados: "el Dios que me ha ido guardando y guiando a lo largo de mi vida, ¿no va a seguir haciéndolo?". Precisamente ahí nace la esperanza, como los campos que empiezan a brotar en medio del invierno, como los árboles que duermen esperando cantar con fuerza de nuevo en primavera.


Por tanto, sólo si leemos nuestro pasado desde la FE e intentamos vivir desde la CARIDAD el presente podremos mirar el futuro con ESPERANZA. Es nuestro camino, una y otra vez, como lo ha sido el de tantos. Como el del pueblo de Israel, que en el exilio de Babilonia recordaba cómo Dios les había liberado de manera portentosa de la mano de los egipcios y esto les abría a la esperanza en medio de un futuro angustioso. Como la espera de María el Sábado Santo, donde recordaría todas las acciones sobrenaturales que había visto desde la Anunciación y, aún con el corazón desgarrado por el dolor del Viernes Santo, sentía latir el fuego de que todo no había acabado. Como la vida de tantos hombres y mujeres a la largo de la historia que han confiado en Dios contra tantos datos que animaban a arrojarlo todo por la borda.

En medio de este tiempo de adviento, de espera, descubrimos que corremos la tentación de la desesperanza. Por eso debemos cambiar la mirada, leer nuestro pasado desde la fe, intentar vivir desde la caridad el presente y así poder mirar el futuro con esperanza. Siempre sostenidos por Aquel que nos prometió "estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" (Mateo 28, 20).