miércoles, 16 de marzo de 2016

Seguridades

Todos en esta vida buscamos seguridades. Algo a lo que agarrarnos en todo momento, una tabla de salvación que nos mantenga a flote en caso de naufragio, una corriente de viento que infle nuestras velas y nos lleve a buen puerto, tanto en medio de la tormenta como de una calma chicha. Pero no nos vale cualquier seguridad pasajera con fecha de caducidad; necesitamos seguridades estables, incondicionales y, desgraciadamente, no abundan en nuestra sociedad. 


Una fuente donde podemos buscar esa seguridad firme es en nuestras creencias, en nuestra fe. Muchas veces he escuchado de boca de cristianos palabras del tipo "tú tranquilo, confía en Dios", "todo va a salir bien", "todo se va a arreglar"... Y a veces me lleva a preguntarme si unos hábitos o costumbres (ir a misa los domingos, rezar, llevar una cruz al pecho...) nos pueden llegar a proteger de todo mal. Esto me parece peligroso, porque estoy convencido de que los católicos tenemos problemas (¡como todo el mundo!). Entonces, ¿esos hábitos no sirven?, ¿nos hemos equivocado en algo? 

Haciéndome estas preguntas me pasan un texto del Padre Arrupe (superior de los jesuítas en el pasado siglo) que me interpela:
"Tan cerca de nosotros
no había estado el Señor,
acaso nunca,
ya que nunca habíamos estado
tan inseguros
Algo de esto creo que quería decir San Pablo con sus conocidas palabras, "en mi debilidad Tú me haces fuerte" (2 Cor 12, 9). Son aparentes contradicciones; fortaleza - debilidad, cercanía de Dios - inseguridad. Creo que la experiencia cristiana no tiene tanto que ver con la seguridad como con la providencia: fiarnos de un Dios que nos ha creado, nos ama y es todopoderoso. Eso que sabemos tan de carrerilla, que está en nuestra cabeza, pero que debe bajar a nuestro corazón. Este bajar al corazón, de nuevo, no es tanto un esfuerzo sobrehumano que tenemos que hacer como una gracia que tenemos que mendigar.
Es en la relación con ese Dios providente donde encuentran sentido esos hábitos y costumbres de los que hablaba antes, pues no se trata de rituales vacíos sino de un diálogo con Dios. Si intentamos vivir así, Él será nuestra seguridad en medio de nuestras debilidades, limitaciones, dudas y problemas que (seguro) habrá. 


miércoles, 2 de marzo de 2016

Personas normales

Te animo a hacer un ejercicio sencillo, muy sencillo. Párate un momento y piensa, ¿cuántas personas normales conoces? Seguramente la primera respuesta que te viene a la mente es que muchas. Ahora da un paso más; pon caras, voces, nombres y apellidos a esas personas normales. Igual el número se reduce drásticamente y te sobran los dedos de las manos; al menos a mí me sucede. Y es que conforme pasa el tiempo más convencido estoy de que cada vez quedamos menos personas normales.




Es curioso, casi siempre que he dicho esta frase (siempre en un tono irónico, ¿eh?) la gente me responde diciendo: "ah, ¿entonces tú eres normal?". Dice Wikipedia que normal es "lo que se toma como norma o regla social, es decir, aquello que es regular y ordinario para todos". Sea como fuere a nadie le sienta bien que le digan que no es normal, más que nada porque si no eres normal se deduce que eres "a-normal". Vale que este apelativo suena a vocablo de patio de colegio rancio, a adjetivo infantil hiriente superado... pero sigue sin sentar nada bien, seguimos queriendo ser normales.

Pero cuando paras un poco, miras el mundo y ves cómo va, una semilla empieza a germinar muy adentro; ¿y si me atrevo a no ser lo que el mundo denomina normal? ¿Si me atrevo a no dejarme llevar por la corriente? A veces una sensación de vértigo te invade, como si estuvieses saltando de un avión sin paracaídas. Quizá hoy en día estamos muy poco preparados para que nos digan que no somos normales. Hoy, cuando las normas, lo que está bien y mal, lo marca  la opinión de la mayoría, no la verdad, más que nada porque no se cree que exista LA verdad. Como mucho existe MI verdad.

Y con estas ideas llegas a una aparente dicotomía, ¿normalidad o verdad? Un momento, ¿dicotomía?, ¿no se pueden conjugar las dos? Y ahí la semilla empieza a brotar con fuerza primaveral: mi norma como cristiano (la propia palabra lo dice) es Cristo, aquel que dijo que era el "camino, la verdad y la vida". Y recordemos de la definición anterior, normal es lo que se toma como norma. Es desde aquí desde donde tenemos que vivir nuestra "normalidad".