lunes, 8 de agosto de 2016

Llamadas y respuestas

Es fácil constatar que no está de moda ser cristiano en nuestra sociedad occidental actual. Aunque también hay momentos y situaciones de subidón donde mola y da buen rollo ser cristiano: campamentos, convivencias, peregrinaciones... y por encima de todas ellas, las Jornadas Mundiales de la Juventud. Es como si cada 3 años hubiera una semana donde esas convicciones y prácticas que generalmente nos hacen quedar como "pardillos" en nuestro día a día se volvieran como elementos que 'nos dan puntos' y un cierto estatus dentro de nuestro entorno. Todo esto creo que no es malo en sí... pero me da cierto respeto e, incluso, cierto miedo, porque podemos caer en un postureo cristiano.



Dice San Ignacio que "no hay que hacer mudanza en tiempo de desolación". Es decir, que en los momentos que estamos de bajón no hay que tomar grandes decisiones o hacer cambios radicales en nuestra vida, que tenemos que seguir por la senda que trazamos en los momentos de serenidad. Yo me atrevo a completar esta máxima ignaciana: "no tomar decisiones trascendentales al calor del subidón", especialmente en el campo vocacional. 

Todos creo que hemos escuchado el testimonio de diversas personas que han iniciado o concretado diversos caminos vocacionales en estos momentos especiales de subidón (concretamente en las JMJ): llamadas al sacerdocio, al matrimonio, noviazgos que se consolidan o comienzan (quizá de estos sean de los que más conozcamos...), a la vida consagrada en sus diferentes ámbitos... Personalmente creo que el tema vocacional es algo clave en la vida de cada persona. Por tanto está genial que en estos momentos muchos jóvenes nos planteemos que quiere Dios de nosotros. Pero por otro lado está el miedo del que hablaba antes: nos podemos dejar llevar por la euforia, por el ambiente... Porque, seamos sinceros, no estará de moda en nuestra sociedad un planteamiento de vida serio - comprometido en cualquiera de las diferentes vocaciones (matrimonio, vida consagrada, sacerdocio...) pero mostrarlo en un ambiente así queda bien. Es la idea de antes: da estatus, te da puntos delante de los demás. Y anda que no nos gusta ganar puntos delante de los demás...

Por eso creo imprescindible discernir con calma esas llamadas de Dios que se han podido sentir en unas JMJ. La situación me recuerda a la parábola del sembrador de todos conocida (Mateo 13, 1-9): 

"El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno" 

Me ayuda identificar la llamada de Dios con la semilla sembrada. El recibir una llamada en una situación de subidón se puede equiparar a la semilla que cae en pedregal; brota enseguida, pero al no tener consistencia nuestra vida se seca. O con la semilla caída entre zarzas, entre las mil complicaciones-espinos de nuestra vida que al volver de esas actividades 'top' siguen en medio de nuestra vida y que quizá habíamos olvidado temporalmente. La semilla debe caer en buena tierra, esa que se consolida y afianza en la vida ordinaria, en el día a día. En nuestra relación con Dios (oración) y en nuestra relación con los demás (caridad), que serán las que afirmen nuestra esperanza. ¡Qué importante ha sido en mi vida encontrar y confiar estas llamadas a personas muy concretas que me han ayudado a discernir!



Antes de acabar me gustaría hacer un último apunte sobre las llamadas de Dios y el discernimiento. Discernimiento en TODAS las llamadas. Repito, TODAS. Porque parece que sólo hay que discernir las llamadas al sacerdocio o a la vida consagrada... y así nos luce el pelo muchas veces dentro de la vocación matrimonial. De hecho me atrevería a decir que uno de los mayores retos que tenemos actualmente en la Iglesia es re-descubrir esta llamada a la vocación matrimonial; como es la más común, incluso la que compartimos con gente de nuestro entorno que no es cristiana, hace falta una sensibilidad especial para captar esa llamada de Dios e intentar responder en consecuencia. El comenzar un noviazgo en una actividad de subidón puede ser muy bonito, pero también peligroso: el ambiente ayuda, el viento sopla a favor, no se distinguen los espinos del tedioso día a día, la tierra parece muy profunda y fértil, se crea una imagen idealizada de la otra persona...

Pidamos la gracia de acoger esas llamadas de Dios y que se concreten en nuestra vida diaria. Me atrevo a decir que si lo extraordinario no toma carne en lo ordinario no vale para nada. Algo así sucedió en la Encarnación: el sí extraordinario de la Virgen permite a Dios hacerse carne, asumir el día a día, lo ordinario, lo gris del ser humano. Y desde ahí lo redime.

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