lunes, 14 de junio de 2021

El cansancio de los buenos

Estamos en el final de curso y es bastante común el escuchar estos días frases del estilo "estoy cansado de todo el año, a ver si llega el verano y descanso". Y es verdad, ha sido un año si cabe más intenso que otros y ahora se abre la perspectiva de las vacaciones, de una mayor normalidad, del cambio de actividad... pero, no nos engañemos, llegará septiembre y (seguramente) siga habiendo cansancio. Porque hay diferentes clases de cansancio: está el físico, que se recupera en gran parte durmiendo, pero también está el cansancio psíquico, el emocional, el hastío, el hartazgo general... el que representa la imagen de Mafalda gritando que quiere bajarse del mundo. Y es importante conocer qué tipo de cansancio tenemos, porque cada uno requiere de un tratamiento diferente.


Mucho me temo que, en gran parte, nuestros mayores cansancios son los segundos, los cansancios mentales. Los que nacen de no entender muchos funcionamientos de personas, de intentar cambiar cosas que no van bien en el mundo y no ver avances, de sentir que te vuelcas con gente que no da nada a cambio, de apostar por situaciones y batallas que parecen perdidas de antemano (aunque tú las consideres vitales), de sentirte muchas veces un poco tonto porque se aprovechan de ti... Hablando de este tipo de cansancios viene como anillo al dedo una frase del Papa Pio XII en el ya lejano 1943: "no tengo miedo a la acción de los malos, sino al cansancio de los buenos". Tiene miga que el Papa pronunciase esta frase en pleno horror de la guerra que asoló todo el mundo, de la II Guerra Mundial. Hoy, en pleno siglo XXI, las circunstancias son otras pero creo que esta frase sigue totalmente vigente. Porque, que el mal existe en el mundo es algo fuera de toda duda, pero no es menos cierto que la sombra del cansancio de los que luchan por hacer las cosas bien, de mejorar el mundo, parece cubrir gran parte del horizonte vital.

Particularmente me pregunto a menudo de dónde nos nace este cansancio de los buenos (vamos a considerarnos dentro de este grupo aunque en nuestras vidas bien sabemos que crece la cizaña junto al trigo...). Después de darle algunas vueltas al tema, aparece la certeza de que todo esto se ve alimentado por una generosidad vacía, un tanto infantil quizá, por una generosidad egoísta. Resulta llamativo unir una palabra tan positiva como generosidad con adjetivos peyorativos como vacía, infantil o, incluso, por uno aparentemente contradictorio como egoísta. A ver si me explico: vemos situaciones que no están bien, personas heridas, injusticias... y nos lanzamos de cabeza a intentar resolver la situación o, al menos, a mejorarla en parte. Puede parecer algo altruista pero, muchas veces, en el fondo, buscamos un agradecimiento que no llega, el querer cambiar cosas que solo se pueden aceptar y no cambiar, un reconocimiento que nos encumbre cuando la situación nos encamina a las catacumbas... Y creo que ahí está uno de los errores, porque esa generosidad se acaba cuando no llegan los éxitos y/o los reconocimientos. Porque podemos ser como esas fuentes que se secan en verano: por mucho que te esfuerces no sale agua de ellas y hay veces que más vale que no la fuerces en exceso porque corres el riesgo de romperlas y que no funcionen cuando, meses más tarde, llegue el agua a su boca. Lo mismo nos pasa a nosotros si la única fuente que riega nuestra apuesta por el bien es la generosidad: nos secamos. 

Pienso que debemos cambiar y no buscar tanto ser fuentes como acequias que están conectados a la Fuente con mayúscula, de la que siempre brota agua. Es decir, no vivir tanto desde la generosidad sino desde el agradecimiento. Cuando descubrimos que somos INCONDICIONALMENTE amados se acaban nuestros cansancios mentales, nuestros hartazgos vitales. Al sabernos amados así se acaban las quejas por no ser reconocidos porque no actuamos para que se nos reconozca sino como respuesta a un Amor que no acaba. Se acaban las frustraciones por no conseguir nuestras metas porque lo que nos empuja a caminar no es el final sino el principio, porque no somos fuentes que se secan sino canales que transfieren ese agua. Y es desde ahí desde donde puede brotar la vida para regar nuestras luchas diarias, nuestro querer cambiar el mundo y todas las situaciones que nos rodean: no desde el "yo voy a cambiar esto" o "voy a hacer esto otro" sino desde el "reconozco que he recibido tanto que solo puedo vivir dándome, dando las gracias como respuesta"


Tiempo de verano, tiempo de descanso. Ese descanso que brota de sabernos amados incondicionalmente y desde ahí recobrar las fuerzas necesarias para luchar las batallas de la vida sin cansarnos (aunque estemos desgastados). Tiempo para ver no tanto si tenemos agua para mitigar la sed de los demás, sino de si estamos conectados a la fuente que mana y corre (aunque sea de noche). Tiempo para saber descansar en ese Corazón que ha prometido que va a estar con nosotros "hasta el final de los tiempos" (Mt 28, 20).