miércoles, 13 de abril de 2016

La vida es un regalo

La semana pasada cumplía años. Quizá el mayor obsequio que recibí fue el palpar, de nuevo, que la vida es un regalo. El recibir llamadas, mensajes, señales de personas que te quieren sin merecerlo es, sin duda, un gran regalo.

Cuando pienso en regalos siempre se me viene a la mente esa imagen tantas veces vista; la de un niño en navidades o en el día de su cumpleaños. Somos capaces de vislumbrar la escena con sólo ver el inicio: el niño que recibe el regalo, su cara que se ilumina con una sonrisa de oreja a oreja, se abalanza sobre el obsequio y arranca el envoltorio hasta descubrir el tesoro. Y ahí es cuando entra en escena la madre que, tras acariciar el pelo de su hijo y con una sonrisilla cómplice le susurra: "¿qué se dice?". La secuencia acaba con el niño levantando la mirada tras unos segundos de viaje interespacial en los que regresa de las nubes y entonces, dependiendo de la efusividad del niño, le da un abrazo, un beso o un sencillo "gracias" al regalante.


Siento que yo, al igual que el niño, también corro el riesgo de quedarme mirando absorto el obsequio y no ser capaz de levantar la mirada y agradecérselo al que me lo ha regalado. Más allá de lo material te vas dando cuenta al cumplir años que no hay mayor regalo que esas personas que están cerca en tu vida. Si las personas son el regalo, queda por desenmascarar al "regalante". Todo cuadra cuando reúnes todas las pistas. Se trata de ese que se escribe con mayúsculas, el que está en el origen y esperas encontrar al final, el que buscas en cada situación y del que muchas veces no vemos más que su sombra, el que te habla en el silencio, en tu día a día tantas veces gris, el que es... el que será.

La vida es un regalo. Un regalo con lazo y envuelto en papel. Un papel que hay que aprender a quitar día a día, para elevar la mirar al cielo y simplemente dejar escapar un susurro que retumba: ¡GRACIAS!

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