Me encanta Salamanca. Es preciosa. Sus calles, su plaza Mayor, sus catedrales, sus iglesias y casas, su universidad, su frío seco de los días soleados de invierno...
Estas pasadas navidades he pasado unos días en la capital charra. Estaba alojado en medio de un entorno privilegiado; entre las catedrales y el huerto de Calixto y Melibea (ya sabéis, los de la Celestina). Os pongo abajo una foto para que veáis lo que me encontraba cada vez que salía a la calle: al fondo podéis ver la torre de la catedral nueva y en primer plano el cimborrio románico (es lo que más me gusta de todo) y el ábside de la catedral vieja.
Estas pasadas navidades he pasado unos días en la capital charra. Estaba alojado en medio de un entorno privilegiado; entre las catedrales y el huerto de Calixto y Melibea (ya sabéis, los de la Celestina). Os pongo abajo una foto para que veáis lo que me encontraba cada vez que salía a la calle: al fondo podéis ver la torre de la catedral nueva y en primer plano el cimborrio románico (es lo que más me gusta de todo) y el ábside de la catedral vieja.
Muchas veces he pensado que me parecería un delito vivir en Salamanca, concretamente donde estaba alojado, y que cada día al salir de casa no quedarme pasmado mirando estas maravillas durante, al menos, 10 minutos. Y es que, en medio de nuestras prisas, podemos acostumbrarnos a vivir cosas extraordinarias en nuestro día a día y no darnos cuenta: regalos que Dios nos hace y que por falta de sensibilidad no los apreciamos y no los sabemos agradecer.
No todos vivimos en Salamanca, pero pienso que hay muchos 'entornos' similares a este en cada una de nuestras vidas y que también corremos el riesgo de no apreciarlos. Quizá se trate de una obra artística como en este caso la que te debería hacer levantar la mirada y el corazón. O la letra de una canción. O quizá ese desayuno preparado al levantarte, esa conversación en la que compartes lo más íntimo y en la que te sientes escuchado, esa sonrisa que se te regala en mitad de una situación desconcertante y dolorosa... O, quizá, esa pequeña vela que arde y señala Quién es el que habita en esa 'cajita'. Porque podemos acostumbrarnos y no disfrutar de la locura de un Dios que se hace pan, lo más común y cotidiano. Un Dios que simplemente está, que siempre nos espera y se nos regala. Un Dios que ha dicho que su "delicia es estar con los hijos de los hombres" (Proverbios 8, 31).
No todos vivimos en Salamanca, pero pienso que hay muchos 'entornos' similares a este en cada una de nuestras vidas y que también corremos el riesgo de no apreciarlos. Quizá se trate de una obra artística como en este caso la que te debería hacer levantar la mirada y el corazón. O la letra de una canción. O quizá ese desayuno preparado al levantarte, esa conversación en la que compartes lo más íntimo y en la que te sientes escuchado, esa sonrisa que se te regala en mitad de una situación desconcertante y dolorosa... O, quizá, esa pequeña vela que arde y señala Quién es el que habita en esa 'cajita'. Porque podemos acostumbrarnos y no disfrutar de la locura de un Dios que se hace pan, lo más común y cotidiano. Un Dios que simplemente está, que siempre nos espera y se nos regala. Un Dios que ha dicho que su "delicia es estar con los hijos de los hombres" (Proverbios 8, 31).
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