lunes, 1 de febrero de 2016

La soledad es la patria de los fuertes, el silencio su bandera

"La soledad es la patria de los fuertes, el silencio su bandera"Esta frase últimamente golpea mi cabeza una y otra vez. Suave pero constante, como gota que cae de un grifo mal cerrado. Si soy sincero, creo que no llego a captar la profundidad de la frase. Es contundente, directa, tiene menos de 140 caracteres... podría ser una buena frase para twitter, pero me da que para mí, ahora, es algo más que eso.


A bote pronto, la soledad es un estado con una connotación muy negativa, todos huimos de ella. Pero a la vez, es curioso, creo que muchos apreciamos la grandeza de los que saben vivirla en plenitud. Nadie habla de la soledad, es tema tabú al que tenemos miedo en nuestra sociedad occidental; pero, por otro lado, cada vez estoy más convencido de que el miedo a la soledad es el motor que hace que tomemos muchas de nuestras decisiones, de las importantes y también de las cotidianas. Quizá detrás de ese 'ruido' constante en el que vivimos se esconda la necesidad de acallar el susurro de la soledad en nuestras vidas. Al fin y al cabo es más fácil ponernos nuestros cascos, subir el volumen y abstraernos que enfrentarnos a la realidad; más sencillo llenar nuestras agendas de compromisos, actividades y planes que preguntarnos con profundidad ciertas cosas; más cómodo dejarnos llevar por la corriente que luchar cual salmón contra lo "normal"... Me sorprende que en pleno siglo XXI, cuando declaramos a los cuatro vientos que 'somos libres', sea el miedo a la soledad el que condicione nuestras decisiones en muchas ocasiones.

No nos engañemos; para vivir la soledad hace falta tener fortaleza interior y, como reza la frasecita en cuestión, el silencio exterior es quien da señal de esa fortaleza. Cada vez estoy más convencido de que una de las maneras más seguras de no encontrar la verdad es no buscarla. Y hay veces que para buscarla necesitamos silencio, pararnos, pensar... Necesitamos soledad. Soledad y silencio, silencio y soledad. Van unidas.


En medio de mis limitaciones e incapacidades para vivir la soledad en plenitud una frase me llena de consuelo, me da fuerzas para intentar seguir nadando a contracorriente: "sabed que Yo estoy con vosotros todos los días". La soledad de la que hablo no significa necesariamente que estemos solos; quizá es que tenemos que aprender a vivir acompañados pero de una manera totalmente diferente a la que nos habíamos imaginado. Es vivir renunciando a algo bueno y que parece esencial al exterior por salvaguardar lo realmente imprescindible, lo nuclear, lo más vital. Es quemar las naves, es no mirar atrás, viviendo confiado. Pero, ojo, nunca desde el voluntarismo de "voy a vivirlo porque yo soy fuerte" sino sabiendo que es una gracia a pedir, suplicar, mendigar...

Y una última convicción que me asalta al abordaje estos días; en la medida en que seamos capaces de vivir nuestras soledades (que todos las tenemos) seremos capaces de poder vivir en plenitud, tanto con nosotros mismos como con los demás; plenitud con los otros, plenitud con El Otro.

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