viernes, 4 de diciembre de 2020

Tiempo de espera

En medio de esta situación de pandemia que estamos atravesando percibo que, como sociedad, estamos en un tiempo de espera: esperamos que todo esto pase cuanto antes; esperamos a la vacuna que nos saque de esta pesadilla en la que estamos instalados; esperamos que nos comuniquen las condiciones en las que vamos a poder celebrar estas próximas Navidades; esperamos poder volver pronto a la normalidad... esperamos, esperamos, esperamos. Esperamos.


Por otro lado, estamos estrenando este tiempo de Adviento: tiempo marcado de manera especial por la esperanza, que comparte todas las letras de la espera pero no sus características. Esperar nos habla de una actitud pasiva, condicional, de ver si cambia, si llega, si sucede... pero no de poner lo que esté de nuestra parte para que suceda. La esperanza nos habla de poner en juego nuestra fe de manera práctica y nuestra caridad en lo cotidiano, entrando a escena así las tres virtudes teologales. Fiarnos de que ese Dios que nos ama incondicionalmente es Todopoderoso y se manifestará en todas las habitaciones de nuestra vida donde le abramos las puertas y ventanas ¡Cómo cambiaría nuestro entorno si pasásemos de vivir esperando a vivir desde la esperanza!

En estas semanas de Adviento, de espera para que Dios nazca de nuevo en nosotros, tenemos una figura estelar que nos muestra como esperar de manera activa y, a la vez, como vivir desde la esperanza: es María, la Inmaculada. Ella se fio de Dios en Nazaret y le dio su sencillo y a la vez total a Dios; ese Sí fue sostenido al pie de la cruz. Un Sí sostenido que se convirtió en la vida de María en su Do de pecho, en la nota más afinada y preciosa escuchada en la faz de la tierra. Y para que una nota suene así pura es necesario antes afinar el instrumento, ponerlo a tono: es lo que celebramos en la fiesta de la Inmaculada, esta celebración con tanto aroma a Adviento, a esperanza, a espera activa. 


¡Madre Inmaculada concédenos saber vivir desde la esperanza! Ella nos lo concederá si repetimos con insistencia esta oración que escribió el Venerable Padre Tomás Morales. En ella nos muestra cómo debemos vivir esa espera activa que alimenta nuestra esperanza:

Inmaculada Madre de Dios, en la soledad de Nazaret,
a solas con tu Tesoro... adoras, amas. Esperas.
Él en tu Sagrario virginal, tus manos juntas en plegaria.
Un ardor divino da a tus latidos ritmo para dos corazones.
Flor de pureza, fragancia de lirio, amor intacto. Contigo estoy solo y Espero.

Madre muda del Verbo que calla, enséñame a desaparecer amando.
Aurora que anuncia el día. Toda la tierra Espera el Fruto deseado.
Pétalos de corola estremecida, tus entrañas virginales.

Dios te salve, María, intercede por la Iglesia, salva al mundo, 
compadécete de la Juventud.
Engendras a UNO solo y te haces Madre de la multitud.
Madre de la Unidad, intercede por nosotros.

Santa María del Adviento: junto a ti, en el Nazaret de la vida oculta.
Estudio, oración, entrega, trabajo, olvido... granos de incienso, silencio amoroso.
A todo lo que Él quiera responderé como Tú: Hágase. Música callada, soledad sonora,...
Divino silencio preludio de eterna armonía. 
"Escucharé la voz que clama en el desierto".
"Me anonadé tomando forma de Siervo". 
"He venido, Padre, a hacer tu Voluntad".
"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Único".
"Y el Verbo se hizo carne"

1 comentario:

  1. Casi se me acaba el adviento antes de leerte. Qué bonita diferencia la que hay entre espera y esperanza...

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